El término procede de la Parábola del Buen Samaritano de Lucas 10. En este pasaje, Jesús responde a la GRAN pregunta de la vida: «¿Cómo puedo obtener la vida eterna?». La pregunta no era un deseo de conocer la respuesta, sino de ver cómo respondería Jesús a la pregunta. Sabiendo esto, Jesús le dijo: «Tú eres un estudioso de la Escritura, ¿qué dice la Escritura?». El erudito respondió a la pregunta con el Gran Mandamiento: amar a Dios y al prójimo. Jesús respondió: «Bien, ahora hazlo». Inquieto en su conciencia por la parte del prójimo, el erudito preguntó: «Sí, pero ¿quién es mi prójimo?».
Jesús respondió con la parábola del buen samaritano. En la parábola hay dos categorías de personas que podrían demostrar el amor de Dios al prójimo: 1) los que supuestamente estaban en lo cierto en sus creencias/fe pero no vivían su «creencia», y 2) uno que tenía creencias cuestionables pero que en realidad demostraba amor. Después de contar la parábola, Jesús preguntó al erudito cuál de las dos categorías representaba la obediencia a la Escritura. El becario respondió que era el segundo. Jesús remató la conversación con la instrucción de que el erudito debía demostrar sus creencias por la forma en que vivía.
Esta no es una historia de salvación por obras. En cambio, es uno de los muchos recordatorios de la Biblia de que la verdadera fe se verifica por la forma en que vivimos.
La Estrategia Samaritana de la Cosecha es tanto un recordatorio de esta verdad como la provisión de herramientas prácticas que pueden equipar a los individuos y a las iglesias locales para vivir su fe en la familia, en la iglesia y en las múltiples comunidades en las que vivimos.
Nos apasiona esta estrategia porque creemos que una de las formas más eficaces y duraderas de atraer hacia Él a quienes no conocen a Jesús es vivir vidas que encarnen su amor.